Albert Camus y Fedor Dostoievski
Afinidades en la vocación por ser hombres
Marisa Mosto (UCA)
1. “Los grandes sentimientos pasean consigo su universo, espléndido o miserable”
Camus a menudo se reconoce a sí mismo en Dostoievski y es que efectivamente son almas afines o al menos de ese modo han hecho eco en mi mundo interior. Quizás la vehemencia febril de la pasión con que se enfrenta a los conflictos vitales sea más intensa en el ruso mientras que en el argelino percibimos cierto aplomo viril y sereno, explicable tal vez por alguna inyección de cartesianismo a la que se haya expuesto su naturaleza africana.
En un primer contacto con sus obras salta a la vista de manera inmediata una urgencia compartida por los problemas morales.
Principalmente “se trata de vivir”, nos advierte Camus en El mito de Sísifo. “Llega siempre un tiempo en que hay que elegir entre la contemplación y la acción. Eso se llama hacerse hombre. Esos desgarramientos son espantosos pero para un hombre orgulloso no puede haber término medio.” Esta misma urgencia reconoce Camus en el temple de Dostoievski. “Lo que distingue a la sensibilidad moderna de la sensibilidad clásica es que esta se nutre de problemas morales y aquella de problemas metafísicos. En las novelas de Dostoievski se plantea la cuestión con tal intensidad que no puede traer aparejadas sino soluciones extremas.”
Si escribir a veces significa darle un lenguaje a esos universos que revelan los sentimientos que despierta nuestra experiencia vital, sus obras a menudo nos pasean por paisajes similares.
Y por supuesto el gran dilema moral se plantea para el artista en la deformidad del mal y el sufrimiento. ¿Qué hacer, “si se trata de vivir” en su compañía? La desproporción del sufrimiento. La absurdidad en la que hunde la muerte a la vida. Camus la imaginó. Dostoievski la miró a los ojos temblando, en el patíbulo al que lo llevara su coqueteo con los movimientos revolucionarios de la época. Camus tuvo que tomar postura también frente a la revolución. Ambos denuncian la «salida» fácil e ingenua del asesinato a los culpables, o el suicidio frente la enfermedad del mundo y la miseria del hombre. Escenarios comunes. Paradójica y felizmente también poblados por la belleza de la vida, de la naturaleza y de la grandeza del alma humana. “Vivir, vivir, sea como fuere… el caso es vivir”
2. La compasión y la fiesta de la vida. Dimitri Karamazov- Discurso por el premio Nobel:
?Dimitri Karamazov ha sabido beberse la vida de un trago, entregarse al amor en cuerpo y alma y sin cálculos fundirse en el gozo de los dones que ofrece el presente. Ahora, en medio de una situación crítica cae rendido y sueña: desde la ventana de su coche en el camino, se conmueve ante el espectáculo de un grupo de personas harapientas, famélicas, (madres con los pechos flacos, niños que lloran de hambre y de frío) paradas delante de sus isbas ennegrecidas por un incendio. La angustia que despierta el siniestro panorama va abriendo un hueco cada vez más grande en su corazón por el que aparece con toda su natural inevitabilidad paso a paso la pregunta por el mal formulada a los oídos de un cochero que ya comienza a dudar de la salud mental de su pasajero.
“-No, no –No acababa de entender Mitia-; dime: ¿por qué están ahí esas madres siniestradas, por qué hay gente pobre, por qué esta ahí ese niño desnudo, por qué la pelada estepa, por qué no se abrazan y besan, por qué no entonan canciones alegres, por qué los ha tiznado tanto la negra desgracia, por qué no amamantan al niño?”
La pregunta de Mitia Karamazov es para Camus una pregunta inextirpable del corazón humano. Tan es así que en el contexto de una situación festiva como podría haber sido la recepción del premio Nobel, Camus, confirmando su sentencia sobre lo inextirpable de aquella pregunta opta por traer a la mesa de ese banquete, el recuerdo de todos los que en ese mismo momento están siendo excluidos y lloran frente a sus isbas incendiadas por la violencia social. Son ellos en gran medida los que justifican su trabajo: “Pero el silencio de un prisionero desconocido, abandonado a las humillaciones, en el otro extremo del mundo, basta para sacar al escritor de su soledad, por lo menos, cada vez que logre, entre los privilegios de su libertad, no olvidar ese silencio, y trate de recogerlo y reemplazarlo, para hacerlo valer mediante todos los recursos del arte”. ?
?Camus y Dimitri han sabido entonar también canciones alegres, han sabido abrazar y besar. Pero su gozo no puede ser completo mientras aquel niño no sea amamantado: “¿Qué escritor osaría, en conciencia, proclamarse orgulloso apóstol de virtud? En cuanto a mí, necesito decir una vez más que no soy nada de eso. Jamás he podido renunciar a la luz, a la dicha de ser, a la vida libre en que he crecido. Pero aunque esa nostalgia explique muchos de mis errores y de mis faltas, indudablemente ella me ha ayudado a comprender mejor mi oficio y también a mantenerme, decididamente, al lado de todos esos hombres silenciosos, que no soportan en el mundo la vida que les toca vivir más que por el recuerdo de breves y libres momentos de felicidad, y por la esperanza de volverlos a vivir.”??
3. La impaciencia. Pedro Stepánovich.–Chigaliev. Ivan Karamazov. Los justos.
La revolución. Extirpar el mal mediante la violencia. Arrasar con los culpables. Separar el trigo de la cizaña. Quemar la cizaña. Tentación de la impaciencia. Los movimientos sociales que justificaban el asesinato por un «bienestar» futuro, fueron anticipados por Dostoievski en Los demonios. Novela que Camus adaptara con maestría en su versión teatral Los poseídos y cuyo tema central habría «comentado» años atrás en Los justos.
El irresponsable «progresismo» de salón de Stephan Trofímovich, en Los demonios, sembró la semilla de la violencia contestataria en la joven generación. No siempre y en todos claramente impulsada por un «amor» de la humanidad futura, sino por el deseo de un poder que los vientos de la historia parecían querer dejar en sus manos. Su hijo Pedro despliega el arte de una manipulación diabólica de las conciencias dando prueba de la veracidad de la sentencia del “teórico” de la cofradía, Chigálev: “Partiendo de la libertad ilimitada, he ido a parar al despotismo ilimitado. Añadiré que fuera de mi resolución de mi formula social, no puede haber otra.” Nada limita la fantasía estratégica de Pedro para lograr sus fines. Las almas de los hombres son plastilina en sus manos. Imprime su sello en su destino con una arbitrariedad que no se detiene ni frente al asesinato, ni frente a la instigación al suicidio. Opone su despotismo al despotismo que combate. Camus: “Así se anuncian las teocracias totalitarias de siglo XX, el terror de Estado. (…) Su reinado es cruel, pero ellos se excusan de su crueldad, como el Satán romántico, alegando que es una carga muy pesada. «Nosotros nos reservamos el deseo y el sufrimiento, los esclavos tendrán el chigalevismo». Nace en este momento una masa de mártires nueva y bastante horrible. Su martirio consiste en que aceptan la tarea de infligir el sufrimiento a los demás. Se esclavizan a su propio dominio.”. Rehacer la sociedad, reordenarla conforme a las reglas ideadas por la nueva casta. Obligar al hormiguero del mundo a latigazos a bailar la música del Nuevo Régimen.
Nuevos dioses que imponen una Ley y una mística nueva. La desmesura y vanidad de esta empresa es simbolizada por Dostoievski en la diatriba que profiere en el poema de Ivan Karamazov, el inquisidor mayor a un Jesucristo al que juzga culpable mientras Éste lo escucha “con una mansa sonrisa de dolor infinito”:
“Hemos corregido tu obra y la hemos asentado sobre el Milagro, el Misterio y la Autoridad. Y los hombres se han alegrado mucho al verse conducidos de nuevo como un rebaño y al notar que habían levantado de su corazón aquella terrible y pesada piedra de la libertad, que tantos sufrimientos les había ocasionado.” (…) Toda la humanidad será feliz. Ya no se rebelarán los hombres ni intentarán destruirse mutuamente, como hacían durante el reinado de tu famosa libertad”.(…) “Comprenderán entonces la enrome ventaja que les supone el hecho de haberse sometido para siempre.”
“Fuera de mi fórmula social no puede haber otra” decía Chigalev y repite el gran inquisidor. Los dos quieren mutilar al hombre para que se alinee a su proyecto y ocupe sin patalear su lugar en el tablero de un «reino» nuevo asfixiante en el que contra toda expectativa, tampoco será feliz.
La severidad y finura de la conciencia moral de Kalialyev, en Los justos, manifiesta el verdadero precio que deberían pagar los inquisidores de este mundo en su transgresión de los límites. El revolucionario Kalialyev está dispuesto a sufrir la condena que impone la ley al asesinato. “La impaciencia ante los límites, (…) la desesperación de ser hombres los han lanzado al fin a la desmesura inhumana. (…) En defecto de algo mejor, se han divinizado a sí mismos y su desdicha ha comenzado: esos dioses tienen los ojos reventados. Kaliayev y sus hermanos del mundo entero rechazan por el contrario la divinidad, porque rechazan el poder limitado de dar muerte. Eligen y con ello nos dan un ejemplo, la única regla original hoy en día: hay que aprender a vivir y a morir y para ser hombre hay que negarse a ser Dios.”
4. La pasión por destruir. Stavroguín. Calígula: “Yo reemplazo a la peste”
Nicolás Stavroguín es más inteligente que Pedro. Más sutil, escurridizo y diabólico. Renunció hace tiempo al mesiánico “sueño de la edad de oro” que según confiesa le evocara el cuadro de Lorrain, Acis y Galatea. Es quien ha comprendido mejor el progresismo escéptico de Stephan Trofímovich en toda su implicancia corrosiva del sentido de la vida y la esperanza humana. Entonces, se aburre y para combatir su tedio se entretiene distraídamente siendo la parca que teje los hilos de la destrucción moral y física de sí mismo y de aquellos que lo aman.
El personaje Calígula de la obra de teatro del mismo nombre de Camus representa un espíritu afín. No soporta la situación de vulnerabilidad del ser humano. Ha comprobado que todo su poder no alcanza para erradicar el sufrimiento y conquistar la felicidad. El hombre desea lo que no puede alcanzar, ni siquiera el César.
“HELICÓN. ¿Y qué querías?
CALÍGULA (siempre con naturalidad). La luna. (…)
HELICÓN. ¡Ah! (Silencio. Helicón se acerca.) ¿Para qué?
CALÍGULA. Bueno… Es una de las cosas que no tengo. (…) El mundo, tal como está, no es soportable. Por eso necesito la luna o la dicha, o la inmortalidad, algo descabellado quizá, pero que no sea de este mundo. (…) (apartado, en tono neutro). Los hombres mueren y no son felices.”
Se ve tentado a usar su poder para transgredir los intolerables límites del mundo, el límite de lo posible, a ver qué pasa, hasta dónde se puede llegar con el juego de una hybris macabra.
“ESCIPIÓN. Pero ese juego no tiene límites. Es la diversión de un loco.
CALÍGULA. No, Escipión, es la virtud de un emperador. (Se echa hacia atrás con un gesto
de fatiga.) ¡Ah, hijos míos! Acabo de comprender por fin la utilidad del poder. Da oportunidades a lo imposible. Hoy, y en los tiempos venideros, mi libertad no tendrá fronteras.”
Calígula cumple los designios de su imaginación sin escrúpulos: asesina a diestra y siniestra, asesina incluso a los hijos de sus colaboradores y toma para sí a sus mujeres. Desparrama sufrimiento y a la vez que exige ser adorado como un Dios. Se distrae jugando con los hombres como si fueran marionetas movidas por los hilos del miedo.
“CALÍGULA. Es curioso. Cuando no mato, me siento solo. Los vivos no bastan para poblar el universo y alejar el tedio.” (…)
“CESONIA: Cada día veo morir un poco más en ti la apariencia humana. (…)
(con espanto). ¿Acaso es la felicidad esa libertad espantosa? (…)
CALÍGULA: (…) Eso es ser feliz. Esa es la felicidad: esta insoportable liberación, este universal desprecio, la sangre, el odio a mi alrededor, este aislamiento sin igual del hombre que tiene toda su vida bajo la mirada, la alegría desmedida del asesino impune, esta lógica implacable que tritura vidas humanas (Ríe), que te tritura, Cesonia, para lograr por fin la soledad eterna que deseo.“
Thanatos despliega su carcajada ante el impotente Eros. Si no alcanza el «todo», prefiere la soledad ante la «nada» a la servidumbre de la condición humana. Pero admite finalmente que su estrategia no lo ha conducido a ningún lugar en donde valga la pena permanecer.
“CALÍGULA: Nada, en este mundo ni en el otro, que esté a mi altura. Sin embargo sé, y tú también lo sabes (tiende las manos hacia el espejo llorando), que bastaría que lo imposible fuera. ¡Lo imposible! Lo busqué en los límites del mundo, en los confines de mí mismo. Tendí mis manos (gritando), tiendo mis manos y te encuentro, siempre frente a mí, y por ti estoy lleno de odio. No tomé el camino verdadero, no llego a nada. Mi libertad no es la buena. ¡Nada! Siempre nada. ¡Ah, cómo pesa esta noche! Helicón no ha venido; ¡seremos culpables para siempre! Esta noche pesa como el dolor humano.”
La noche en que se revela la impotencia de su soledad, pesa. Afuera esperan sus asesinos. La suerte está echada para Calígula. Lo mismo que lo estuvo para Stavroguin que terminó por hundirse con su suicidio en la misma noche. La «mesura» planta de nuevo sus demandas a la hybris destructora incluso del sujeto que la detenta. Y estamos dispuestos a escucharla si amamos la vida en toda su finitud y precariedad.
5. La responsabilidad: “agotar el campo de lo posible” Dr. Rieux – Príncipe Mischkin
La actitud del hombre en tanto hombre, del hombre que se sumerge en la realidad y enfrenta el mal con las pobres armas que están presentes en su condición humana, aparece encarnada por el personaje del Dr. Rieux, el infatigable médico de La peste:
-“Yo no sé lo que me espera, -afirma Rieux- lo que vendrá después de todo esto. Por el momento hay unos enfermos a los que hay que curar. Después, ellos reflexionarán y yo también. Pero lo más urgente es curarlos. Yo los defiendo como puedo. (…)
– Sí -asintió Tarrou-, puedo comprenderlo. Pero las victorias de usted serán siempre provisionales, eso es todo.
Rieux pareció ponerse sombrío.
– Siempre, ya lo sé. Pero eso no es una razón para dejar de luchar.
– No, no es una razón. Pero me imagino, entonces, lo que debe ser esta peste para usted.
– Sí -dijo Rieux-, una interminable derrota.”
?Rieux es movido por la compasión a ocupar su puesto en la batalla contra la «peste» Es la única preocupación que llena su alma. Se aviene a la cuarentena que le impide acompañar a su mujer en agonía en otra ciudad, no piensa ya en sí mismo. Sólo en aliviar el sufrimiento de la comunidad a la que pertenece. Y sabe que de algún modo es una batalla perdida. ¿No raya la locura ante los ojos del «mundo»? En este sentido nos recuerda al Príncipe Mishkin de El idiota de Dostoievski. Mishkin tampoco tiene deseos para sí mismo más allá del deseo de aliviar el sufrimiento de la pequeña comunidad que lo rodea y por eso es considerado como una persona «demasiado» pura, demasiado «buena». Uno de aquellos «locos por Cristo» tan presentes en la tradición cultural rusa.
“Yo siempre tengo miedo a que la palabra – dice Mishkin- y mi aspecto ridículo traicionen mi pensamiento y desacrediten la idea capital. Mis ademanes no tienen belleza ni mis gestos equilibrio. Cuanto hago mueve a risa, soy inoportuno, ridículo, la gente se burla de mí. Eso hace que esa idea quede envilecida, aparezca deformada… (…) “Seamos capaces de servir y así nos convertiremos en superiores” (…) ¡Qué importan mi aflicción, mi desgracia si me reconozco capaz de ser feliz! Sabed que yo no comprendo el que pueda uno pasar junto a un árbol sin sentir al verlo algo así como una gran felicidad, ni hablar con un hombre sin que la dicha de amarle llene el corazón de gozo… ¡Oh, me faltan palabras para expresarlo! Pero, ¡cuántas cosas bellas vemos a cada paso, tan bellas que hasta el hombre más abyecto ha de admirar su hermosura!” “¡Oh escuchad! Ya sé que las palabras no significan nada; más vale poner manos a la obra y predicar con el ejemplo… Por mi parte, ya he empezado y… y… ¿Cómo es posible que haya quien se sienta desgraciado?”
6. La culpa. Aliocha Karamazov. Tarrou
?Quizás el personaje de Tarrou en La peste haya dado un paso más en la reflexión sobre la cuestión del mal. No se trata sólo de pensar en qué hacemos frente al mal, en qué actitud debemos tomar, si la salida es la violencia o el odio frente al orden del mundo o la compasión por el que sufre y el servicio, sino de reconocer que nosotros también somos sus portadores. Que nadie puede pensarse inocente del mal que aqueja a la historia del hombre.
“Por esto es por lo que no he tenido nada que aprender con esta epidemia,-dice Tarrou- si no es que tengo que combatirla al lado de usted. Yo sé a ciencia cierta (si, Rieux, yo lo sé todo en la vida, ya lo está usted viendo) que cada uno lleva en sí mismo la peste, porque nadie, nadie en el mundo está indemne de ella. Y sé que hay que vigilarse a sí mismo sin cesar para no ser arrastrado en un minuto de distracción a respirar junto a la cara de otro y pegarle la infección. Lo que es natural es el microbio. Lo demás, la salud, la integridad, la pureza, si usted quiere, son un resultado de la voluntad, de una voluntad que no debe detenerse nunca. El hombre íntegro, el que no infecta a casi nadie es el que tiene el menor número posible de distracciones. ¡Y hace falta tal voluntad y tal tensión para no distraerse jamás! Si, Rieux, cansa mucho ser un pestífero. Pero cansa más no serlo.”
?La cizaña convive con el trigo en el corazón del hombre. Todos tenemos nuestra parte en una culpa. No podemos hacernos los escandalizados frente a la propagación de la peste. Una respuesta similar es la que pone Dostoievski en boca de Aliocha Karamazov cuando nos relata la conversión de Markel, el hermano mayor de Zósima. Pero es como si fuera la suya, Aliocha es un discípulo de esa idea. Dostoievski se responde a sí mismo, responde sus propias objeciones hechas al orden del mundo a través de Ivan Karamazov:
“Y además, te digo, mátuschka, que todos nosotros somos recíprocamente culpables y más que nadie yo. (…) has de saber que en verdad, todos, ante todos, somos por todos y de todo culpables. No sé cómo explicártelo, pero siento que es así hasta la tortura. (…) ¿Porqué reñimos, porqué nos pavoneamos los unos ante los otros y nos ofendemos?”
“Sí -dijo- la gloria de Dios me rodea; avecillas, arbolillos, pradera, cielos, sólo yo viví con ignominia, sólo yo le deshonré todo, en la belleza y en la gloria no reparaba en absoluto. (…) pero si lloro de gusto, no de pena; porque yo quiero ser ante todos culpable, sólo que no puedo explicarte, porque no sé, cuánto los amo. Sea yo pecador ante todos; pero en cambio, que todos me perdonen. He ahí el paraíso. ¿Es que yo no estoy ahora en el paraíso?”
“Amigo esta es la verdad, porque apenas te haces responsable sinceramente de todos y de todo, en el acto verás que, en el fondo, así es de veras y que en efecto, eres culpable de todos y por todos. Mientras que si echas tu desidia y tu inercia sobre los demás, concluirás experimentando un orgullo satánico y murmurarás de Dios.”
7. La pusilanimidad. El hombre del subsuelo. Jean Baptiste Clamence
“¿Qué se hunda el mundo o que yo me quede sin tomar el té? ¡Pues que se hunda el mundo y que el té no me falte!” Es la sentencia que nos revela la miseria del alma del anónimo personaje de las Memorias del subsuelo de Dostoievski. La misma miseria que reconocemos en Jean Bapstiste Clemence, el personaje de La Caída, de Camus. Novelas cortas, similares aún en su estructura formal. En realidad ambas son como monólogos interiores, autoconfesiones de almas pusilánimes:
“¿Cómo decirlo? Las cosas me resbalaban. Sí todo resbalaba sobre mí”
“Vivía, pues, despreocupado y sin otra continuidad que aquella del «yo, yo, yo». Despreocupado por las mujeres, despreocupado por la virtud o el vicio, despreocupado como los perros; pero yo mismo estaba siempre sólidamente presente en mi puesto. Iba así andando por la superficie de la vida, de alguna manera, en las palabras, pero nunca en la realidad. ¡Cuántos libros apenas leídos, cuántos amigos apenas amados, cuántas ciudades apenas visitadas, cuántas mujeres apenas poseídas!”
En el personaje de Camus aparece una tímida chispa de posibilidad de ascenso luego de su caída moral. No puede a pesar de su egoísmo, sacar de su corazón una culpa, la de haber pasado de largo cuando una joven mujer se arrojó al agua desde un puente para suicidarse: “«Oh, muchacha, vuelve a lanzarte otra vez al agua, para que yo tenga una segunda oportunidad de salvarnos a los dos.» Una segunda vez, ¡ejem…qué imprudencia! Supóngase usted, querido doctor, que se nos tomara la palabra. Habría que hacerlo. ¡Brr…! ¡El agua está tan fría! ¡Pero tranquilicémonos! ¡Ahora es ya demasiado tarde, siempre será demasiado tarde! ¡Felizmente!” Pero también sabe que si la vida volviera para atrás sería incapaz de rescatarla. Sabe que preferiría correr a tomar su taza de té caliente.
“Por lo demás no podemos afirmar la inocencia de nadie, en tanto que sí podemos afirmar con seguridad la culpabilidad de todos. Cada hombre da testimonio del crimen de todos los otros; esa es mi fe y mi esperanza.”
8. La magnanimidad. La pasión por ser hombres. Camus y Dostoievski.
Fedor Dostoievski confesaba en una carta de 1839 a su hermano Mijail: “El hombre, ese es el misterio. Es necesario descifrar ese misterio (…) Trabajo en este misterio, porque quiero ser un hombre.”
Por su parte, ante la manifestación del deseo de alcanzar la santidad por parte de Tarrou, Rieux le responde: “No tengo afición al heroísmo ni a la santidad. Lo que me interesa es ser hombre.” “– Sí los dos buscamos lo mismo,- contesta Tarrou- pero yo soy menos ambicioso” Poniéndonos Camus frente a la paradoja de que es más difícil ser hombres que ser santos.
Ninguno del los dos autores se engaña con una visión romántica del ser humano, señalan la peste en sí mismos. Todos podemos reconocernos en sus personajes. Pero las dificultades y los fracasos no excusan de la lucha: “En su mayor esfuerzo el hombre no puede sino proponerse la disminución aritmética del dolor del mundo. Pero la injusticia y el sufrimiento subsistirán y por mucho que se los limite, no dejarán de escandalizar. El “¿para qué?” de Dimitri Karamazov seguirá resonando; el arte y la rebelión no morirán sino con el último hombre.”
La grandeza de ser hombres consiste en no renunciar a esta tarea: “Hay que imaginarse a Sísifo dichoso” “La verdadera generosidad con el porvenir consiste en dar todo al presente”
9. La ternura: «Mamá» y Mishkin
¿Cómo llegan Camus y Dostoievski a experimentar el amor por la vida en la difícil tarea de ser hombres?
“Mamá: como un Mishkin ignorante. No conoce la vida de Cristo salvo en la cruz. Sin embargo, ¿quién está más cerca de él?” La ternura con que Camus se refiere a su madre analfabeta en varias ocasiones en El primer hombre, y que creo yo aparece reflejada también en la ternura de Dr. Rieux por su madre, es quizás una respuesta a la experiencia del amor de esa mujer por su persona. Experiencia fundante que lo habilita a percibir el valor de la vida. Valor de la vida que para Dostoievski halla su fuente última en la filantropía divina. En El idiota señala una imagen de ese amor: la mirada maternal de una humilde campesina que se santigua embelesada frente la sonrisa de su niño. “La idea fundamental del cristianismo expresada por una simple campesina.” La madre le da dos veces la vida al hijo. La vida biológica y la plenamente humana con su mirada de amor y admiración. Al parecer la madre de Camus conoció otra cara del cristianismo a demás de la de la Cruz o mejor dicho, conoció el secreto de la Cruz.

